Leon

Relatos sobre Leon y sus alrededores en las aventuras de Ephraim G. Squier

Reanudaron el viaje a la fresca de la siguiente mañana. Luego de atravesar una montañita, situada al pie del volcán Axusco (Asososca) surcada por bandadas de chocoyos en 'gárrulo aquelarre:' y haber espantado a una manada de monos que atisbaban entre los árboles el paso de los viajeros, llegaron al borde de una extensa planicie al pie de los volcanes, la cual se extendía en adelante hasta las rondas de León. El paisaje estaba cuadriculado por cultivos, pastos y arboledas, constituyendo el conjunto un panorama bucólico que extasió a Squier:

Era a comienzos del invierno y la vegetación cubría todo con renovada juventud y bríos. El polvo del verano no había logrado opacar el verde casi transparente de las hojas, ni el candente calor había marchitado lasfinas agujas del zacate, ni las puntas afiladas de las milpas que tapizaban los campos, ni tampoco los tiernos zarcillos de las parásitas que se abrazaban amorosamente a las ramas de los árboles, o que colgaban - coloreadas de vistosas flores- de su vástago fecundo. Sobre el paisaje ardía un sol violento, y la dilatada extensión parecía palpitar bajo sus rayos de fuego ... Nunca antes había yo contemplado un panorama de tan grande y espléndida belleza.

Squier describe la ciudad de León, su ubicación geográfica e historia, revelando poseer una acuciosa información sobre las características del lugar y los antecedentes de la ciudad. Su planta urbana estaba simétricamente trazada con plazas y templos dentro de su perímetro, con calles empedradas. Las casas eran de adobe, algunas con más de una planta, largos corredores, pisos de barro, ventanas enrejadas y sin vidrio por donde se cuela siempre la refrescante brisa. Algunas poseen un espacioso patio sembrado de frutales, o con un pozo en el centro para extraer agua, así como un traspatio para mantener a los animales de servicio. Amplias y ventiladas por razones del clima, las habitaciones no estaban dotadas de aderezos arquitectónicos, salvo quizás el decorado zaguán o portal y los balcones que con sus enrejados se proyectaban hacia la calle para el flirteo de los enamorados.

La ciudad había sufrido de revueltas y asaltos, como resultado de las confrontaciones políticas y militares. Muchas casas estaban destruidas o abandonadas y hasta las azoteas de la gran catedral habían sido usadas como troneras para plantar cañones y descargar fusilería. Vista desde ellas, el ojo abarca toda la cadena volcánica de los Maribios, que no escapó del lápiz del dibujante que acompañaba a Squier. La catedral que comenzó a erigirse un siglo antes de la llegada del diplomático, era la expresión arquitectónica más notable de la ciudad y demandaba una visita obligada a todo forastero ilustre. Otros templos visitados fueron La Merced, La Recolección, El Calvario, al igual que el Palacio Episcopal y el Colegio Tridentino de San Ramón, no sin faltar la antigua parroquia de Subtiava, a cuya comunidad indígena Squier pagó una visita.

Durante su estadía oficial en León la innata curiosidad de Squier lo impulsó a visitar el territorio vecino: los entonces llamados Baños del Obispo, las lomas de Acosasco, las playas de PoneIoya, asi como incursionar un poco más lejos, tratando de escalar sin éxito el desafiante y altivo cono del Momotombo. Los bosques al pie del volcán eran abundantes en fauna; los venados posaban con frecuencia al alcance de los rifleros y en la playa del lago Xolotlán inmediato se asoleaban enormes lagartos entre bandadas de aves acuáticas.

Buscando vesligios precolombinos, Squier embarcó y arrimó a la isla de Momotombito - Cocobolo en idioma aborigen - pequeño volcán de cumbre roma, medio sumergido en las aguas del lago, donde grandes masas de rocas acumuladas escondían serpientes cascabeles. El bosque virgen ocultaba antiguas estatuas hasta entonces fuera del escudriño científico. El explorador extrajo algunas estelas, como también lo hizo poco después en la isla Zapatera, algunas de la cuales hoy figuran en los museos de los Estados Unidos, después de haber sido embarcadas y transportadas por la larga ruta del estrecho de Magallanes.

La suerte le deparó a Squier ser testigo presencial del nacímiento de un nuevo volcán, en la llanura de León, acontecimiento raro que tuvo lugar en 1850. Los primeros retumbos se escucharon en León, situado a unos 25 kilómetros al oeste del lugar del acontecimiento. Los ruidos, acompañados de temblores, se hicieron más fuertes y en la madrugada del 13 de abril se abrió un vórtice, vomitando fuego al pie del viejo y extinto volcán Las Pilas. Las piedras candentes lanzadas por aquella nueva boca plutónica se acumularon hasta formar un pequeño cono de 50 metros de altura, por donde bajaba una colada de ardiente lava, formando un alto camellón, que arrollaba árboles y todo lo que encontraba a su paso. Atraído por la curiosidad, venciendo la superstición y desoyendo los consejos de sus amigos leoneses, Squier visitó el lugar y hasta cometió la audacia de trepar por las laderas del volcán, hasta que la caída de rocas incandescentes lo convenció de lo temerario de su intento.

Ephraim G. Squier, Nicaragua; its people, scenery, monuments, resources, condition, and proposed canal, New York, Harper & brothers, 1860
(Traduccion realizada por Jaime Incer Barquero)